lunes, 16 de abril de 2007

Inicio (cuento)

Son las nueve y media de la mañana, aún no termina de salir el sol. Está nublado, y estamos en luz verde. Falta exactamente un minuto para comenzar a trabajar, pero hoy termina el eterno calvario de las clavas: no mas giros, no mas piruetas.
A él no le gusta Santiago. La vé como una ciudad muerta y gris, sin nada más que ofrecer que un vibrante verde y un corrupto rojo; ambos atravezados en un monumento que sirve para guiar la vida de los hombres.
Ese era el semáforo: percibía y ordenaba todo, reuniendo bajo su tutela a diferentes autos, especies extrañas de micros y un total engendro de polvo y cemento, contaminado por todo este impersonalismo: ese era él, un alma perdida intentando conseguir todo lo que corrompe y (al mismo tiempo) hace andar a la sociedad: el desgraciado dinero.
Cuarenta y ocho segundos para el comienzo del día.
Las cosas no suceden porque sí. Este personaje ha llegado a este callejón (casi) sin salida por una serie de infortunados acontecimientos, partiendo por la base de una vida: la familia. Desde un padre alcohólico hasta una madre demasiado permisiva, pasando por un hermano sin metas en la vida... ¿Hasta donde se puede llegar?
-Hasta la esquina- Susurró el artista entre dientes- Sólo hasta aquí...- mientras terminaba de ordenar sus herramientas de trabajo adecuadamente para comenzar su rutina.
Sólo treinta y cinco segundos faltan. Ya no hay vuelta atrás.
Pero la base es sólo el comienzo. Aunque no le iba mal en el colegio, sólo llegó a octavo. La razón verdadera nunca la supo: su padre sólo le dijo que tenía que comenzar a "aportar con el ingreso para la casa", y que por eso "no le alcanzaría el tiempo para estudiar". ¿Como podía protestar? ¿Realmente podía darse el lujo de hacerlo? Sin embargo, reclamó. Tal vez fue el mandato de su (entonces) rebelde personalidad frente a todo (característica de la adolescencia), o quizás era un maduro sentido del deber que le impulsaba a hacer las cosas en un determinado orden. Independiente del motivo por el cual reclamó, la consecuencia no pudo haber sido otra: Dos semanas en cama y una horrible cicatriz en la nuca.

Se llevó la mano al cuello, e instintivamente rozó con los dedos esa antigua marca que justo hoy cumplía 5 años. Al recordar esto en un día tan importante para él, se preocupó profundamente, pues no creía en las coincidencias.
El tiempo pasa, y ya sólo veinte segundos quedan en el semáforo.
Aunque por fuera este artista se ve como una persona sencilla, con una polera simple y unos jeans un tanto rotos, por dentro la ansiedad de que termine el día lo abruma por completo: Hoy termina todo, al fin podrá tener suficiente dinero para poder volver a estudiar. Una vez, un conductor le dijo que el trabajo dignifica... Para él, trabajar es sólo un medio para el estudio. Y pensar que el glorioso cuarto medio ya estaba enfrente suyo...
Esta es una meta con la cual nuestro acróbata soñaba desde hace poco mas de dos años, como una opción de escapar a la amenaza que representaba todo ese oscuro gris de Santiago. Lentamente fue adquiriendo fuerza ese pensamiento en su mente, hasta llegar a ser una obsesión pasiva: la luz al final del túnel
En este instante comienza a cambiar el mundo: luz amarilla, luz verde parpadeante. Diez segundos más.
Es curioso como los últimos momentos antes de un radical cambio se viven en total calma, como el ojo de un huracán. Esos diez segundos fueron imágenes de su vida, como una mariposa que se va despojando de los restos de su antiguo capullo. Ahora, levanta lentamente la vista y descubre todo lo que le rodea.
Frente a los ojos de nuestro ambicioso y emprendedor artista se derrumba el perpetuo mundo nacido exactamente hace un minuto atrás, para dar paso a una terrible confusión de bocinas y personas apresuradas, cayendo en la cuenta que la calle ya no está vacía y que su antigua vida comienza a morir.

Junio, 2003

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